Saturday, July 10, 2010


Lo que papá cuenta
Por Isadora Montelongo


Oh, My Dear Lord! Refresca tu boca que ha mojado tanto el sol por la tarde. Levantas la cabeza, apoyando tu mano en la cintura y miras el trigo azotar en hilera por los dedos del aire.
Mamá carga a Bubba, lo pasea por el pasillo de casa y le da vueltas sobre sí, lo bate, my big boy, my big boy, le dice con ese rostro que acerca y retira al instante, para conseguir una risa abrupta.
Bessie te calienta el estofado de papa y te mira sin descuidar. ¡Cuéntamelo otra vez, cuéntamelo otra vez!, saltan sus ojos por escuchar emocionados lo que le quieras decir. Le acaricias las trenzas y la chica reclama, cuéntamelo otra vez. Mamá te muestra su seño fruncido, mientras Bubba ríe en sus brazos. Ha sido un día largo, dices para evadir contar. Anda, anda, dice su inquietante y curiosa voz.
Terminas por morder el último trozo de pan, remojado en el caldo de papa, y le haces prometer a Bessie, que se irá inmediatamente a la cama sin tener pesadillas. Ella te ha dado un sí absoluto después que ve a Mamá que se dirige a acostar a Bubba con una dulce canción.
Bessie te acompaña a ver fumar el tabaco de tu pipa. Enciendes el tabaco, apuntas a la luna llena y comienzas a relatar:
Búhos grandes, y de sus alas cuentan que salen misterios. Morgendorffer, sólo aparece en las noches de luna llena, cuando las sombras pueden recostarse sobre los sembradíos de trigo. Dicen los lugareños que cuando se escucha ulular una parvada de búhos, hay que inmediatamente correr a las casas, tapear las ventanas y esconder a los niños pequeños, porque ellos vienen por tus ojos. ¿Para qué quieren los ojos? Pregunta Bessie fascinada. Para que su amo pueda ver. Pero si él vive en la oscuridad, dice la niña.
Tienes razón, pequeña. Morgendorffer vive en lo más profundo de las entrañas de la oscuridad, ahí nadie podría ver ni con la luz más poderosa, sólo los ojos de los niños por su alma pura, lo pueden sacar de esas tinieblas.
Era Tom Collin, él niño que logró escapar. Alejado de su casa, haciendo rabietas Tom olvidó regresar a casa. La noche poco a poco lo acomodó en el suave peligro. Caminó con mucho miedo a su hogar, crujiendo las espigas de trigo a su andar. El frío comenzó a remolinar entre sus pasos, la luna llena era un halcón vigía. Tom sudaba, le temblaban las rodillas y chasqueaba los dientes.
Un búho parado a lo lejos. Tom corrió lo más fuerte que pudo.
Otro búho a su flanco derecho, otro al izquierdo, miró hacia atrás y el primero aún le seguía. El duro aire movía el trigo, el frío comenzaba a comerse sus pies. Corrió, corrió compitiendo con el viento, y a lo lejos un silbido, no el del aire, uno que podía escuchar hasta sus adentros, en lo duro de su estómago.
¡Morgendorffer! Gritó Bessie.
No tenía a donde correr, los búhos lo cubrieron, y la indescriptible figura de una bestia con protuberancias en la espalda, la piel enfermiza y putrefacta, se le hizo presente.
¿Cómo logró escapar? Preguntó Bessie asustada.
Sentía su aliento asfixiarlo, sus largas sucias garras estaban a una espiga de tocarlo.
Los aldeanos, lo evitaron. Cuando un adulto logra ver a Morgendoffer, es porque logra olvidar ser un adulto, arrinconando su cansancio, el sol, el trabajo de día a día y se empuja a sentir con la pureza de un niño. Puede mirarlo de frente y decir: No tengo miedo a la oscuridad en la que vivo desde que no soy niño.
Mamá sale al pórtico, manda a la pequeña a dormir, la chica agitada, abraza a su padre y se despide de su madre con un gran beso. Para que papá pueda descansar y despierte temprano para ir a trabajar muy temprano al campo.

 

No comments: