Saturday, August 09, 2014

Profesionista en reposo
por
Isadora Montelongo
(borrador)


Era el año del 2005 cuando mi madre tuvo una gran duda: “Jaime, ¿cuándo te vas a graduar?”, “tienes 5 años en la carrera y 2 de tesis, no terminada” ¿Cuándo te vas a graduar, mijito?” A esa duda, debí saber que le seguía la de “¿en qué vas a trabajar? Tienes que labrarte un futuro, no puedes seguir todo el tiempo enfrente de la computadora”
Tengo treinta años y sé lo que hago.
Mi madre diría que nada, pero en cambio podría darle un discurso analítico de por qué entraría en la clasificación del estatus postmoderno del llamado ninismo, sin embargo, siempre que me lo pregunta, estoy demasiado colocado para hacer un análisis de la situación.
Papá no dijo nada, él es un hombre de pocas palabras y muchos ojos. Está retirado. Él es feliz sentado en el sillón reclinable de casa, viendo películas de Pedro Infante y María Félix.
Mamá  es la que se preocupa y más cuando tiene un margen de comparación: tía Chavela, quien presume que uno de sus dos hijos pronto se irá a Japón en puesto ejecutivo en TOSHIBA y Rosario, la prima, tendrá gemelos de un empresario que tiene acciones dentro de una cadena de restaurantes de comida rápida. ¿Pero yo? Cuando Chavela se lo pregunta a mi madre, ella solapa mi esfuerzo de haber terminado una carrera con el merecido año sabático que se ha extendido a 48 meses.
La vida es un mundo de salarios mínimos. “¿Para qué trabajar si voy a gastar más en el trayecto al trabajo que fuera de él?”. Eso se lo dije a mi madre y me dio el lapso de una semana para que consiguiera hacer algo en la vida.
La semana pasó y no hice nada, según ella.  Me reclamó que el tiempo que me había dado, se había terminado “¿ya conseguiste algo?” Personas como ella desconocen que el levantar un emporio, bañar la ciudad en oro y llenarse de billetes los bolsillos es un trabajo del 99% paciencia y 1% de inteligencia. Mi tesis en las que mis sinodales nunca creyeron “la nueva estructura de negocios por pixeles”, me hacía tener fe.
“Estoy en eso”. En realidad estaba en ello, lo hacía desde la comodidad del puff de mi cuarto, frente a mi computadora. Lo más difícil fue procurar que mi padre estuviera lo suficientemente distraído para hurtarle su tarjeta de crédito cuando María Félix está en la habitación del Indio Fernández y él le pide que se desnude porque por primera vez va a ser mujer” y comprar el dominio y mantener el servidor de la página de internet, gracias al patrocinio de la tarjeta de crédito de mi padre. Así lo hice, cada cuadrícula de una marca tenía un costo de 100 pesos. Primero convencí al esposo de mi prima que compró una cuadrícula de 10x10 pixeles para anunciar su famosa cadena de restaurantes de comida rápida, luego sus amigos se sumaron, publicidad barata al alcance de cualquiera con un solo click. Cien mil espacios a cien pesos y miles de ojos podrían entrar a las páginas de sus productos. Fueron tres meses los suficientes para que pronto me llegaran los cheques al domicilio.
“¿Y ahora en qué te has metido?”, preguntó mi madre cuando al cerrar la puerta de casa, ya estaba el timbre de la entrada sonando nuevamente para recibir otra carta con otro cheque.
“Estoy en mi compañía”
“¿En tú compañía? ¿De qué? ¿De mocos y porno?”
“Si quieres saber más, pregúntale a la tía Chavela, ella todo lo sabe, ¿no?”
No fue el sarcasmo o la agresividad con la que quería contestarle a mi madre, pero cuando un hombre se vuelve de negocios, hay preguntas necias que merecen respuestas necias.
Mamá no tardó en telefonearle a la tía Chavela quien le dijo que su hijo, mi primo, desde Japón, le había hablado para que me convenciera de trabajar para la compañía, donde él se volvió ejecutivo, que las ofertas de todos lados comenzaban a lloverme como estrellas. Mamá no lo podía creer y yo sólo les proporcionaba como un buen jefe que se rasca los huevos en la comodidad de su asiento, un espacio en mi propia compañía. Me volví la compañía que publicita a la compañía. Me volví el profesionista en reposo que espera a que la idea cobre forma de cheques.

Papá obtuvo un televisor gigante y mamá jamás me volvió a preguntar ¿qué vas a hacer para labrar tu futuro? Porque supo que yo era el futuro.