Monday, August 07, 2006

Lo sé, soy una bestia para comer.
He comido 20 chetos al mismo tiempo, hasta que la saliva se vuelva naranja-amarilla y se chorrea lo saladito por el labio inferior, he comido hasta 6 milanesas empanizadas hasta que se me raspa la lengua, he comido más de un litro de nieve, sola, simultaneámente y seguida de algunos shots de tequila, he comido hasta vomitar, como cualquier gordito en bufette de Josephinos (buenas pizzas, por cierto), he comido hasta darme cuenta que Freud tenía razón, que primero está la comida, el sueño y luego el sexo, en mi muy particular trayecto, he comido novios como depravada asueldo, he comido tanto hasta reventarme el paladar y aun así, no he comido lunas llenas.
Hoy recibí un correo, de un primo, no tío, ¿primo? o sobrino, ni él sabe, ni yo tampoco y me preguntó ¿A qué sabe la luna llena? ¿alguien sabe? ¿y si sabe, ella sabe que sabe rico?
Ni yo, hasta la bestialmente inhumana bestia que no come, pero traga, sin el mínimo recato de saber a qué sabe la luna llena, me pregunto ahora mismo, gracias a mi primo que no sabe si es tío, sobrino, pariente lejano, tal vez, más cercano, ¿A qué sabe la luna llena?
Porque sólo sé a qué saben los Montes largos, porque soy Montelongo. ¿Pero Lunas Llenas?
Lo dejamos de tarea, vale.