Friday, May 18, 2012

1. Estoy presionada como una quesadilla en el comal. No puedo pensar con claridad.
2. Después de permanecer 15 días corrigiendo textos borrador, la cabeza se me hace más hueca.
3. Creo que tengo piojos.
4. La próxima semana retomo el proyecto de novela. Ahora biblioteca y lectura buena onda.
5. En un mes y medio ya no tendré trabajo. buh. Dos meses sin remuneración. It's evil thing.
6. Grr. Estoy mal. Ah, y qué feo son los celos y la posesión. Repudio todo comportamiento de esos. Me caga y sin pañal.

Por la amistad
(borrador)
Isadora Montelongo 


Minerva cerró la portezuela. Encendió el auto y dijo que sería la última vez que haría algo loco.
Nos fuimos de viaje como en los viejos tiempos.
─ ¡Amiga, te vas a casar! ¡No puedo creerlo!
─ Ya sé…y a los 22 años.
─ Mi amiga desde la infancia enculada. Te enculaste, realmente por fin te enculaste. ¡No lo puedo creer! ¡Mierdas!
Minerva decía que jamás se casaría, que si encontraba a un chavo, sería para encerrarlo por un fin de semana y darle repetidas veces el culo. Así lo hizo siempre desde que juramos que nadie nos quitaría nuestra soltería, porque la verdad le teníamos pavor al matrimonio. Además estábamos chiquillas. Y yo nunca creí que lo dijera en serio hasta que cayó en el ritual del amor. Las chicas siempre caemos en el ritual de lo romántico y Minerva no sería la excepción, como yo.
Puedes encularte de un hombre, conocerlo, acostarte con él y hasta adivinar qué es lo que hará, pero en realidad, jamás verás la absoluta verdad  en él. Los hombres son lo más sucio y más si es para casarse con ellos.
Jorge era el suertudo. El hombre que llevaría a Minerva al altar. Pinche viejo.
Salimos rumbo a la carretera. Minerva tenía puestos los lentes de sol y apretaba el acelerador como si el mundo se fuera a acabar.
─ La vida es un pasamontañas, amiga. Nunca sabes qué rostro te va a ocultar detrás.
Abrí la ventana y respiré el aire de la carretera. Un paisaje verde se metía por los orificios de mi nariz.
Minerva manejaba y veía los cds de viaje. Le gustaba escuchar sonidos con clase. High way to hell de AC DC. Coreaba con la boca despintada y los hoyuelos de sus mejillas. La carretera era un mapa sin pintar. Yo impulsé mis brazos hacia el techo del auto, queríamos ir como dos endemoniadas hasta el final.
─Recuerdas ese día de campo con los hermanos Pérez.
─ A huevo, ¿qué se habrán hecho esos dos?
─ Quién sabe, pero cómo eran de divertidos. Me acuerdo de los pantalones del Ángel. Qué viejo tan rico.
─ Ya sé, ni Jorge las tiene así…
─ ¿Y si pasamos por el lago donde nos quedamos esa vez?
Minerva manejó algunos dos kilómetros más y giró en la vereda donde hace dos años habíamos ido de día de campo con dos hermanos que conocimos en una noche de diversión.
El lago estaba casi seco. Bajamos y los tenis se llenaron de tierra seca.
─Wey, no mames, aquí estaba todo lleno de arbustos. Me acuerdo muy bien porque le hice una mamada a Ángel.
─Ni se la merecía por mamón, pero eres toda un alma de Dios.
El lago había quedado en un charco muerto de sed. Cerramos el auto y recorrimos el lugar. A lo lejos quedaba una cabaña a la que habíamos ido, donde nos quedamos hace dos años a acampar con los hermanos Pérez.
Minerva decía que esa cabaña había pertenecido a una pareja de esposos. El hombre era cuidador del área y la mujer se encargaba de hacer menjunjes con las yerbas del lugar, una curandera.
La casa estaba hecha trizas. Casi casi la madera de lo que quedaba de paredes, ya ni respiraba. El piso era un fragmento del ayer.  Ni las huellas de lo que Minerva contaba aparecían en el lugar.
El hombre salió de la cabaña como todos los días. Se llenó la espalda de verdor y la mujer esperó. Era el hombre de su vida desde que los conoció a los quince años y la desposó. La mujer esperó hasta que la noche se plantó de frente y todo fue oscuridad. Él no volvió. Dicen que ella ya no fue al poblado más cercano y su carácter se hizo huraño, dicen que de dolor se convirtió en  coyote  y que por eso abundan esos animales por la región.
─Puras mamadas. ¿Nos quedamos una noche o qué?
Minerva aceptó y bajamos las cosas del carro. El viaje era para sentir la pólvora por dentro.
La tienda de campaña la pusimos frente a la cabaña. El carro estaba al lado del pozo que había sido un lago muy bello.
Fumamos un poco. Sacamos el tequila del asiento trasero. Bebimos.
La noche se quedó tomando alcohol con nosotras. Minerva se carcajeaba en la oscuridad y recordaba cómo aprendimos a hacer una fogata. Siempre fuimos unas chicas diferentes. Desde que éramos unas niñas y Minerva saltaba hasta la ventana de mi casa y me despertaba en la madrugada para fumar cigarrillos a escondidas. Siempre fuimos rebeldes y nada convencionales. Nada de mamadas, como diría Minerva.
─ Wey, quemaste hasta los calzones en la lumbre, no mames.
─ ¡Qué días, amiga! Ya no volverán después de que me case, ─los ojos de Minerva se llenaron de algo.
─ Te vas a casar, amiga. No manches, eres tan gay.
Jorge no entendería eso. A él no le gustaba ir muy lejos y si no había regreso sería como morir para él. A él le gustaba mirar por la ventada del departamento y ver la ciudad moverse, comprar café fresco en la tienda de conveniencia y encajar las uñas en el teclado de la computadora por ocho horas, regresar a casa y no darse cuenta que el viento mueve las hojas de los árboles.
─ ¿Sabías que los coyotes son monógamos?
─Nop, qué hueva.
─ Yo creo que por eso la vieja esa se convirtió en uno, para buscar el paradero de su viejo. Usando su olfato.
Minerva cayó ebria al lado de la fogata con esa última aseveración. Yo bebí en la oscuridad. Siempre era la que me quedaba despierta y sólida hasta el último trago. Minerva siempre caía antes que yo. Apenas y enfocaba la cabaña cuando escuché los pasos de un animal. El aullido agudo de un coyote me erizo la espalda. Asomó sus ojos entre las tablas de madera que se caían de la cabaña.
─ Pinche vieja, namás no tienes bato y sales de noche, ¿verdad puta?
El coyote se quedó viendo desde lejos con sus ojos  brillosos y su pelaje levantado por el fresco.
─ Mine, Mine, ─ me acerqué a Minerva a gatas y traté de moverla de la pierna para que despertara.
Yo pensaba que si el coyote tenía hambre a las dos nos tragaría enteras. Minerva estaba noqueadísima. Se había bebido media botella de tequila y había gastado sus fuerzas y la batería de su celular, bailando rolas de AC DC toda la noche frente a la fogata. Yo sólo había estado contando sobre los viejos tiempos y las mamadas que había hecho en mi vida, de cómo no me funcionaba el amor y de lo mal que me caía tener una pareja que lo dominara todo. No quería morir. Tal vez correría al auto arrastrando a Minerva para que el mugroso coyote no se la comiera, pero si éste corría y nos atacaba, tendría que dejarla ahí. Pero yo jamás dejaba a mi raza. Siempre anteponía todo por la amistad. Primero los amigos, antes que yo misma.
El brillo de los ojos de la bestia se movieron de un lado al otro, no pasaba de la cabaña y me miraba entre las rendijas de las tablas del lugar. Pero Minerva tenía que casarse. Yo ni siquiera tenía pareja. Siempre he sido buena amiga, así que sería fácil dar mi carne para que el coyote se saciara y no le pasara nada a Minerva.
El coyote gruñó algunas veces, aulló seguidamente y se fue. Minerva por fin despertó con los ojos pequeños y sin creerme nada.
─Payasa. Nada más cierro los ojos tantito y ya me inventas coyotes.
─ Te lo juro. Estaba ahí con los ojos puntiagudos y el pelaje revuelto.
─Nada más tú eres la persona más compleja del mundo. Aquí ni hay pinches coyotes. Todo te lo inventé desde aquella vez que vinimos con los Pérez para que anduvieras con el Ángel y te dejaras de mamar soledad.
Yo nunca he tenido novios duraderos. A lo máximo de dos semanas.
Solía mirar el mundo como si fuera un árbol que no crece tan recto. Nunca hacía las cosas porque toca hacerlas. Yo soñaba cuando niña que Minerva y yo, jamás dejaríamos ser las mismas, pero parece que cambiamos.
Minerva me abrazó y lloró como nunca.
─Te voy a extrañar amiga. Todas esas aventuras juntas. Ojalá fuera siempre como un coyote como tú, que nunca deja a su manada.
Minerva se despedía. El alcohol me llegó hasta lo profundo de las tripas y quizás todo este tiempo, yo jamás había dejado de ser una niña.
El silencio fue perfecto. Minerva me miró y lloró justo frente a mi cara. Lloró como si se hubiera perdido en la oscuridad y yo no estuviera más para sacarla del apuro como siempre. Minerva ya no iría todos los días a casa a tomar la risa y las respuestas. Ya no crecería más conmigo como cuando éramos muy niñas y el mundo se desnudó frente a nosotras.
Abracé a Minerva y tuve que crecer.
─ Puedes conocer un hombre, coger con él, casarte y tener hijos, pero nunca olvidarás a tu mejor amiga. Siempre estaré para ti, comadre.
Minerva y yo dormimos una al lado de la otra. La mañana nos agitó la cabeza y seguimos nuestro camino. A ningún lado, como en los viejos tiempos.
─ Amiga, te vas a casar y estoy feliz por ello. Aunque no me guste la onda del matrimonio. Felicidades.
Minerva me sonrío y yo levanté los brazos, saqué la cabeza por la ventana del auto y grité con toda libertad. Minerva sólo aceleró y puso la música a todo volumen. Corrimos por la carretera en cercanía como siempre lo habíamos hecho.
─Por la amistad.
─A huevo, por la amistad.