Friday, July 28, 2006

No beses, besadora que los besos bien besados besarán a cualquier besador. Y los besos a otro, beben, besadora, más dolor. Besa bien besados a los besos de tu amor, besadora, besadora muchos besos al amor. ¿o no?


Para mi Andrel Aquiles y lo imagino cuasi dormido, al contarle de besos al bezucón. `Porque los besos se heredan.
Apetezco caminar en la arena, ante el golpeteo de la ola que va relajándose en las plantas de los pies. Apetezco dormir sobre el zacate, donde las hormigas tornan mi figura, apetezco callar cuando el viento entre por mi boca. Ya sólo apetezco estar completamente sola.
Duelen mucho a veces las verdades disparadas por la boca de la vulpes, definitivamente, nos debieron de haber puesto bozal cuando nacimos, pero es que así es la gente norteña, sincera, franca y con boca de rifle, decimos una y vamos enseguida con la otra, sentencia tras sentencia. Duele.
Y es desgastante, hablar con Calder y es desgastante recordar que Salvador no me quiere y es desgastante no ser bien querida ¿y es que ya me quiero morir? No, eso no, qué hueva. Todavía tengo picosidad en la sangre, púas como vellos y un cerebro de resortera, no siempre sé dónde va a caer, pero igual regresa al mismo sitio, la calma. Y hoy he soñado a la gordita impúdica, tan blanca como era, tan divertida como siempre y la extrañé, tal vez porque me la he pasado hablando de muertos, malas sombras y biblias, pero es que de pequeña me encantaba hablar de eso, leía libros y libros que pasaba todo el día pegada a la portada de un careto de ovni o extraterrestre, o de alguna onda de sonido que viajaba de la vida a la muerte y de la muerte a la vida. Y he pensado en la mía, en mi muerte. Y pienso en que no voy a morir y estoy negada a que me caiga un rayo, a que me atropelle un camión cargado de botes de leche, a que muera de una terrible enfermedad y a que muera con el corazón roto. Y yo no sé si la gordita pudo amar antes de morir, pero yo la amé en cada casette que tengo, la quise mucho a pesar que jamás cruce palabra con ella. Y las palabras de Vulpes duelen, porque tiene razón, porque Salvador me dio un beso que para él no significó nada, porque Calder tan sólo se quiere a sí. Y pues ni modo, porque así somos los norteños. ¿A qué no?