Thursday, October 29, 2009

Hamburguesas y cicatrices
María Montelongo


He probado tu mitad, después de amarte una vez, no me ha parecido tan mal comprobar la otra mitad de vez en vez. Hamburguesas y cicatrices es lo que has dejado sobre la mesa.

Te has ido hace un par de horas, con la promesa que volverás del supermercado donde has ido por cigarrillos y goma de mascar. Han pasado las horas y el semen se escurre como aderezo a lo largo de la mesa.

Esta mañana he aseado la casa y me he puesto loción en todo el cuerpo. Vienes con tus tacones que se clavan en la espalda y una falda que te aprieta los pesados glúteos que se apoderan de mi pelvis, moviéndose de arriba hacia abajo.

El teléfono suena, timbra algunas veces y se acciona la contestadora. Te reportas en una larga fila de autos, han atropellado a un chico repartidor que iba en motocicleta y te has sentido mal, así que has tomado otra ruta y llegarás más tarde de lo esperado. Cuelgas.

Pienso en momentos antes de que te fueras para mitigar la desesperación de estar atado y el ardor en las muñecas. Tú, tremenda e inagotable sobre mí, como un pan suave sobre la carne de hamburguesa, mordiendo mis extremidades. Te has portado mal toda la semana y has salido temprano del trabajo con el pretexto de ver al médico. Llamas antes de llegar a casa y me provocas con las cosas que salen de tu boca. Picosa, te has puesto hoy de sobrenombre y dices que estás caliente como un bollo recién salido del horno de algún panadero. Sucia ha sido otro día y extremadamente pegajosa, difícil de detener y despegar de este cuerpo que ahora me arde. La punta de tus tacones sobre mi espalda, el calzón de seda sobre mi rabo y tu cuerpo esplendoroso y fornicado por los mismos grandes dioses que me han dejado atar por ti, hermosa gorda.

EL teléfono suena nuevamente y de la ruta en donde venías, te ha entrado una llamada del trabajo y has tenido que regresar, me dices que las llaves de las esposas están debajo de mi espalda.
Cuelgas, tan cachonda como siempre.

He pensado levantar la espalda y darme una vuelta como la carne en el asador, no funcionará, pienso con el aparato ya frío porque no vendrás hoy de vuelta. Muevo la espalda como si me untarán aderezo, hago presión sobre la altura del pecho, levanto y dejo caer la espalda como cuando estabas encima y tan clavada en mí, dando y dando como un martillo a un clavo.

Te has subido tanto a esta mesa, enfurecida de amor y de pasión, que se ha provocado un gran colapso y como cada mañana cuando vuelvas a oler mi loción, te encontrarás con la sorpresa que has dejado, un tremendo trozo de madera que me atraviesa como una pala de carne para asar.