Friday, May 06, 2011

1.  Quiero terminar el libro de "Hule Chick"
2.Traigo el gusano de escribir sobre lesbianas, queer y travestis. Pero no me sale.
3. Me falta salir e ir a besar  algunas muchachas para saber del lipstick en los labios de  otra mujer.
4. El Hule Chick se firmaría en Monteheel (Monterrey en tacones) en lugar del usual Montehell (Monterrey del mal)
5. En mi vida sólo he sido besada por dos muchachas y yo besé a una tercera.
6. Monteheel será. Woman power, yeah.
Rosalía




Por Isadora Montelongo
(borrador)

Rosalía desaparece en el pasillo de la oficina como todos los demás empleados. Toma el elevador sin mirar atrás. Me deja, sin esperarme. Rezo en la oficina porque me espere. Saco el rosario que traigo en el bolso y comienzo a recitar su nombre. Su nombre me alimenta la boca de aire. Los dedos se me endurecen sin llegar a avanzar en mis rezos. Miro el vacío en la oficina que me coloca una tristeza en el corazón, Rosalía no regresa por mí como otros días.


Me ha dejado.

Voy a casa al caer la tarde. Las piernas pesan como la primera vez que Rosalía paró el elevador y me tomó la parte interna de las piernas. Ella fue rápida cuando los ojos se me saltaron de la carne por el desconcierto; ella fue hábil, cuando calmó el susto de mis pupilas cuando quise llorar y acercó su aliento a frambuesa a mi cuello. Rosalía me besó como nunca nadie me había besado. Abrió con su larga sonrisa el elevador y me esperó hasta que yo pudiera salir, con las piernas chasqueándose una con la otra.

─Me llamo Rosalía.

Me toqué los labios con el olor a su nombre.

─Estoy en el departamento de contabilidad, para cuando se te ofrezca.

Me fui a casa sin decirle una palabra, sin mirarla de nuevo.

Toda la noche no pude dormir. Recé hasta que se me secó la lengua pidiéndole a Dios por el perdón de mi pecado.

Besé a una mujer.

Besé a una lesbiana.

Me besó los lunes, martes, miércoles, jueves, hasta que me gustó, viernes y sábado hasta que me acostumbré y supe todo su nombre, sus aromas, sus sueños, sus manos y sus pecados.

Dios sabe de su nombre y de los besos atascados que me da. Dios sabe de ella, antes que yo le hablara de su presencia todas las noches cuando rezo y pido perdón.

Dios sabe de la angustia que me causan el gusto de sus besos. Dios sabe de mí y de ella.

Rosalía me mira desde contabilidad, yo, tímida como buena católica recalcitrante, la miro, la observo sin levantarme del lugar de mi trabajo. Quiero buscarla, aunque me quemen luego los padres nuestros, quiero ir junto a ella y su olor a frambuesa que me bajan hasta el infierno dentro del elevador. Me mira y por fin la busco.

─Hola…, ─digo─ y la miro con los ojos muertos de amor.

─Nos van a ver… ─me susurra─ y se levanta de su escritorio.

La veo irse, ardorosa y discreta.

Rosalía me espera hasta que todos se han ido, camina con sus zapatos de tacón el mismo pasillo una y otra vez, hasta que llego a su lado. Abre la puerta del elevador y me besa furiosa con las horas de espera acumuladas en sus labios. La tomo por primera vez y en un arrebato me hinco ante sus piernas. La beso, lamo, aprieto, muerdo. Rosalía gime, suplica más y abre sus piernas. Rosalía me deja la boca con sus plegarias de amor.

Rezo para que siga en mi camino, rezo para que Dios no nos quite el cielo entre pisos eléctricos. Rezo con su nombre lleno de besos.

Rezo a Dios por el infinito amor entre las piernas de Rosalía.

Rosalía me mira. Yo no resistó y acudo a su mirada. La miro, me acerco, huye a la sala del café, la miro, cerca y la beso.

─Nos pueden ver…

─No me importa, ─insisto─.

─Srita. Rosalía, la buscan en el departamento de contabilidad, ─dice una de las chicas nuevas de la oficina que se asoma a la sala de café─.

Espero a Rosalía, ella parte, no me espera, me ha dejado con los rezos de amor en la boca y las ganas en el corazón. Rosalía me ha dejado como nunca antes.