Thursday, September 15, 2011

Las norteñas no curan el alma




Las canciones norteñas me llegan a la garganta, me aburren el pecho y hacen que llore. La vida no vale nada, más vale pájaro en mano y si yo fuera él. Son las diez de la mañana, es jueves y quiero beber hasta gritarle lo puto y mal parido que es.

Los hombres sólo son buenos o son gnomos.

Tengo 2 años que no cojo. Un chico malo me aventó insecticida y me fumigó la buena suerte que tenía.

¿Culpar a los chicos no resuelve el problema? No, no lo resuelve, pero me siento mejor aventándoles la culpa.

Dejé de escuchar a Amy Winehouse, bajé a comer lo que había en el refrigerador, una naranja que se ha asomado desde hace varios días.

Yo quiero encontrar mi media naranja, o de perdis una jodida mandarina.

Quiero devorar el amor entre los labios.

Se me ha hecho tarde. El trabajo es una rutina que me hipnotiza y no me deja pensar. Me agrada trabajar. Ahí, a veces, dejo de sentir.

Pelo la naranja, regreso a la habitación y subo el volumen de mi computadora portátil, Juan Luis Guerra se escabulló como un pez y luego no sé cómo, terminé escuchando al poder del Norte, los Temerarios y los Cardenales de Nuevo León.

He llorado, mientras como un gajo tras otro.

El amor me sabe a bagazo.

La vida es muy real a las once de la mañana, con el maquillaje corrido por el llanto y una llegada tarde al trabajo.

Tengo cuatro pesos y una soledad que me llena las copas del brassiere.

Yo a él lo recuerdo en mi soledad, en la potencia de las canciones norteñas y cuando la vida aprieta con la punta de un iceberg.

Las canciones norteñas nunca ayudan al alma. Sólo te hacen llorar al darte cuenta el mal gusto musical que tiene uno, aunque no resuelvan la soledad, ni las llegadas tarde al trabajo.