Sunday, January 22, 2012

1. Por un lado estoy contenta por el libro, no estoy feliz.No porque  no quiera, sino que esto representa el goce de trabajar y seguir aprendiendo, quiero seguir trabajando y aprendiendo. Últimamente no me siento comprendida por nadie. Es triste, pero, debo vivir con ello. La gente me dice: ¡Deberías estar feliz! Y yo no digo que no, pero no me siento así, simplemente quiero seguir escribiendo, dando clases, ser yo y ya. Sino me revuelco de la felicidad, es porque aún estoy en el primer paso. O la felicidad se extendió desde que firmé el contrato tan escurridizo, o cuando me puse a escribir, o cuando y cuando...
2. Vendrán más libros, eso es lo que siempre he querido y un día llegar a todas las almas, el trabajo lo dirá, el mejorar, viene con el tiempo, el echarle ganas está ligado a la vida y a esa la estimo muy en el presente y dentro de mi corazón.
3. Mi vida, bueno, qué puedo decir, una parte de mí está con el corazón roto. Es difícil incluso escribirlo. Creo que un día de estos me vendré quebrando, pero sé que será en soledad, porque como me dice mi mejor amigo: "hay lugares a donde el rey va solo"
Soy robot
(borrador)
Isadora Montelongo



Es muy temprano por la mañana y los chicos no están en casa, he dejado de mirar la pared que se acciona con una luz blanquecina y muestra inmediatamente todos los pendientes de la agenda. Antes de levantarme de la cama. Estoy rendido. En las noches de sueño, nunca hay descanso. El robot de casa hace un minúsculo ruido antes de encenderse y poner el café en la cocina. Yo duermo siempre con los recuerdos y los olvido al abrir los ojos. Helen escribió sobre la mesa su nuevo número de chip telefónico y se lo introdujo en la oreja, grabó una broma con su holograma como todas las mañanas de domingo que iba con sus amigas al spa y salió de casa. Los chicos estaban dormidos. Yo, recuerdo haber soñado que la tierra hacía un zumbido ensordecedor antes de estremecerse. El sonido era de unas trompetas que pinchaban el corazón con fuerza. El sonido se repitió incesante una y otra vez, el espiral de ruido caía sobre la casa y traspasaba hasta la piel, los oídos y hacía temblar las manos. La tierra comenzó a agitarse con fuerza después de un repentino silencio, las casas se hacen miles de trozos de ladrillos y cables. Los cuerpos de la gente sobre la calle, apenas son la sangre aún caliente recorriendo su mezcla con el asfalto en polvorón. El mediodía tomó en sus manos a la ciudad y nadie supo de nadie, aunque los ojos vieran el inicio de la luz del día.

El robot de casa, lleva el café hasta la alcoba. Me siento sobre la cama y tomo de la charola la taza con café. Las paredes corren los programas de la computadora de casa. Los códigos hacen un descender infinito de números. Y los chicos se oyen salir de las paredes. Jaime ríe con sus hoyuelos y Francis riñe con su voz dulce. Me levanto de un salto y corro a verlos, la risa de Jaime me lleva a la cocina. Helen está ahí, como todas las mañanas. Puedo verla con un brillo alrededor de su cuerpo, su mirada transparente y su ropa traslúcida, me hace recorrer las lágrimas sobre el pecho. Ella hace una broma y yo quiero tocarla con todos los calores de mi cuerpo.

Helen se repite, una y otra vez. Jaime y Francis se pierden por momentos ante la luz que entra por las ventanas y yo me vuelvo en esos instantes en un fantasma.

Helen no me puede recuperar, porque ni si quiera sabe que me ha perdido en el momento que yo sigo siendo carne. Ella me tiene siempre en su mente. Y yo me siento en la mesa, viéndola preparar el desayuno, cuando cierro rápido las persianas de las ventanas, los chicos reaparecen y se persiguen, y Helen me llama la atención por no reprimirlos. Yo sólo quiero que me sostenga en sus brazos y me pueda tocar como antes.

El robot de casa se acerca y pone el desayuno sobre la mesa. Helen me ha dicho que es un robot viejo, que deberíamos desconectarlo y mandarlo al yonker. Yo le digo que le demos una oportunidad, nadie es perfecto, ni siquiera un robot.

Ella ríe y cuenta una broma sobre otra, se repite seguidamente con atuendos diferentes, pero con su misma sonrisa. Yo amo a Helen. Y adoro a nuestros hijos.

─¿Es cierto que va a temblar, papá, lo dijeron en las noticias?

El tiempo se hace corto.

La pregunta de Francis se vuelve a repetir cada domingo, la veo asustada, triste, perdiendo su sonrisa y coqueteos.

He dicho tantas respuestas cada mañana de domingo, que se proyectan como un holograma por toda la casa. He perdido tiempo de ella, respondiéndole de tantas formas. Ahora sólo he negado todo.

─No, Francis, jamás temblará de nuevo.

Francis lanza una sonrisa programada y me mira con sus ojos abiertos, que he extrañado ahí, aún viéndolos de cerca y a la luz del día.

─ Yo, aunque pronostiquen lo que pronostiquen, me voy con las chicas al spa, eh.

Helen, comienza a aparecer y desaparecer, se toca su oreja y dice que necesita cambiar el chip de su celular.

─Los teléfonos no son como antes. Helen empieza a prenderse y apagarse casi al llegar las doce del mediodía, arruga su propia imagen como la de un televisor antiguo.

Los niños dejan de reír y gritan espeluznantemente antes de desaparecer. El sol alcanza toda la casa, sin que pueda retenerlo en las persianas.

El robot de casa se proyecta guareciendo a los niños dentro de casa. Yo me veo a mí mismo, salir corriendo en pijama. Grito.

─¡Helen, Francis, Jaime!.

Siento las trompetas del temblor dentro de mi pecho nuevamente, y sé que viendo mi propio holograma, ya he despertado, y por poco, recuerdo lo que sueño casi todos los días.

Las paredes terminan de reiniciarse y yo, me quedo sólo en casa, y tiemblo, a penas que el mediodía comienza. El robot recoge el platillo que apenas y toco cada domingo. Y yo sólo quiero que acabe la semana para que Helen y los niños vuelvan a repetirse en el sistema de casa y yo vuelva a sentirlos como un robot que se refleja en un holograma.