Monday, November 14, 2005

De C


Es de esos amigos imaginarios, es de esos hermanos ficticios, es de esos hombres que quieres en todas las formas en que se puede querer a alguien. Es de esos chicos que todos conocen por lo que dices, pero que nunca nadie lo ha visto.

Como aquella vez que la tragedia se acababa, y C. dejaría de ser, la C. incógnita, estaba emocionada. Todo mundo me creía que existía, hasta que la Vulpes con su clásico espíritu burocrátichingoquedito, le preguntó por una credencial con fotografía, para saber si realmente existía, porque siempre tuvo sus dudas. Tenía que ser C., tan sonriente y despistado, le mostró la única credencial con fotografía que tenía, una credencial de estudiante de Artes Visuales, pintada a óleo y una fotografía pegada con cinta scotch.

La Vulpes mayor sólo dijo que por la manera de comer carne asada, sólo podía asegurar que se trataba de un vagabundo que encontré afuera del estacionamiento del mercado Juárez. Nadie dijo nada, el silencio se hizo y todos seguimos comiendo carne asada. La Vulpes había hablado, desacreditando la verdad que yo no conseguía hacer existir.

C. es verdad.

Como verdad es aquella vez que pasó todo el día haciendo unos diablitos de barro con un gran pene, unas angelicales monas con tamañas pechugas y yo sólo pensaba que su escultura no iba a ningún lado, como un perro callejero, así lo conocí, en ningún lado y omnipresente. Siempre me gustó su aroma a ropa oreada, esa que no lavas bien, pero que cuelgas toda la semana para que se le quite el aroma a sudor. Su aroma lo llevé muchos años hasta que las rutinas de cada quien nos fueron distanciando. Sin embargo, ayer volvimos a estar juntos, los tres, de nuevo. Dino, C, y yo. Dino en Texas por teléfono, C en Monterrey por msn y yo haciendo de secretaria multiusos en Calgary. Pero en fin, esas son otras zorrohistorias. Esta es la de C:

Inmenso, de gran cariño para los demás, creativo y de espíritu atarantado. Cuando lo conocí tenía apariencia de inocente, se cambiaba en el baño de la clase de escultura y se ponía una camiseta de quirófano que le quedaba muy bien, si yo hubiera empezado a desvirgar a temprana edad, lo hubiera desvirgado ahí mismo en ese baño, porque es tan irresistible como una bolsa de doritos. Pero no, se me fue como debió irse, a la eterna Victoria.

Victoria que tiene en su arte y en los líos en los que entra y sale como perro por su casa. Ahora una de Bush:

¿Por qué no sacas la visa gringa para visitar a Dino?
Me tienen fichado en el consulado americano…

Canciòn para Calder. El blues del perro atropellado, Armando Palomas

Powered by Testamento