Monday, May 05, 2008

Si algo recuerdo de Kafka, es cuando la maestra Ilinka leyó esa parte donde describe a su novia. La descripción no era la mejor, hacía resaltar su dentadura amarilla y gigante, pero iba llena de amor. ¿Cuándo fue la última vez que expresé tanto amor? Aun recuerdo estar sentada a lado de él, en la sala de su madre, ella mirándome y advirtiéndome que él es su adoración, expresando de la manera más sutil, que me anduviera con cuidado, que para una madre un hijo lo es todo. Yo le dije: Señora, para mí él es la persona más hermosa del mundo, tan así lo dije, que tiempo después él tuvo la confianza de platicarme que después que me fui de su casa, su madre le preguntó que si él me quería, su madre le dijo, porque ella se ve que te quiere mucho. Yo a él lo dejé ir, muy a mi pesar, yo a él no lo he molestado desde hace medio año y ya casi seis años que sé que está mejor sin mí. A Kafka lo leí antes de que lo conociera. Y dejé de leerlo un largo tiempo, porque me recordaba que tengo el alma totalmente perturbada. Y es increíble que entre mi consciente y subconsciente siga estando él.

Estimado J.S

Yo le deseo lo mejor, aunque usted no llegue a leer esto que siempre le escribo. Que su sonrisa siempre sea tan grande como usted mismo lo es. Yo lo admiro como cada día que amanezco con vida, y sepa que aunque usted no lo sepa, hay alguien en el mundo que lo ama tanto, como un día se lo demostró. Y que esté usted siempre abrigado por los mejores sentimientos.

I

Estimada Frau Mílena:

…Me pregunta usted por mi compromiso. Estuve comprome­tido dos veces (tres, si se quiere; porque me comprometí dos veces con la misma joven); de modo que en tres oportunidades sólo me separaron del matrimonio unos pocos días. El primer compromiso ya no existe (según he oído, ya hay un matrimonio de por medio y un hijito); el segundo se mantiene aún con vida, pero sin la menor perspectiva de casamiento. Por lo tanto, no vive en realidad o lleva una vida autónoma a costa de las-perso­nas. En términos generales he podido comprobar -en este terreno y en otros- que quizá los hombres sufran más que las mujeres o, si quiere, que tienen menos resistencia que éstas; pero que las mujeres siempre sufren sin culpa y no porque "no les quede otro remedio" sino en el sentido exacto de la palabra, el cual quizá desemboque a su vez en el "no les queda más remedio". Pero es inútil reflexionar sobre estas cosas. Es como si uno se esforzara por destruir un solo caldero del infierno: en primer lugar, no lo lograría, y si lo lograra, se quemaría en la masa ardiente que brota del caldero roto. Mientras tanto, el infierno subsistiría en toda su gloria. Es necesario comenzar de otra manera.
Pero, ante todo, tenderse en un jardín y extraer de la enfer­medad -sobre todo si no es tal- toda la dulzura posible. Y es mucha la dulzura que contiene.

Suyo, Franz K.





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