Sunday, March 11, 2007

Ese ruta 23, me debía historias:
Subí como otras veces, tambaléando, buscando en mi cabeza un arsenal de números telefónicos para hablarle a algún pedazo de humanidad para que me ayudara a encontrar algo de fraternidad; ya que he andado un poco muerta y triste, como siempre la fatalidad se acuerda de mí y obviamente los amigos parecen gente lejana e irreconocible, tengo una lista de odio con puros nombres que ni recuerdo, subí y me sujeté al asiento, junto a la ventana. Vi que el chico de enfrente de mi asiento volteaba raro, torcía su cuello como la chica del exorcista, no esperaba una mole verde que saliera de su boca, pero me esperaba un gran golpe para que mi cerebro quedara embarrado en la ventana y por fin me liberara del espiral de necesidad de afecto, y deseaba que aquello se convirtiera en la fiesta de un chivo, con miles de gotas de sangre, como la fiesta de Cristo crucificado y yo tirando golpes en mis últimos minutos, supongo que imagino eso para no decepcionar a la familia, que al menos supieran que me defiendo cayendo en las faldas de la muerte en los últimos momentos, supongo que es para despistar mis necesidades de cadáver viviente. Aquel chico volteó por tercera vez y levantó su lengua para preguntarme ¿oye tu te peinabas con dos trencitas, verdad? Un ojo viviente, que me miraba por las mañanas, alguien que conocí en el ruta 23, una historia alterna en el camión, ya extrañaba coincidir con desconocidos que me han observado desde días, meses, y que tienen historias alternas de gente que conozco: Trabaja en el Norte y leyó aquella crónica urbana donde Mario Anteo me nombró en su espacio editorial, por aquella cosa de la lectura de la Naranja Mecánica, ¡jamás pensé que eras tú!, dijo, y nos fuimos hablando como quien come un fideo, tan fluido y sabroso.
Y soy un cadáver platicador que alterna con personajes del ruta 23, que me inyectan un tantito de vitalidad, de sangre y de penas.



y en la muerte alcanzo la vida,
nómbrame el tatuaje en tu lengua
y estaré ahí

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