Mamá lleva dos horas de muerta frente al televisor. Mientras, he devorado la última salchicha en el refrigerador y aun sigo con hambre. No he llamado a la cruz verde o a la tía Cuca que vive a dos cuadras de casa. Pienso en que antes de morir, ella debió comprar un envase de dos litros de refresco negro para soportar el calor, el ruido del televisor, el hambre. Mamá ha desarrollado en esas dos últimas horas, ese tacto de escucha natural, ha escuchado de todo,le he contado sobre chicas, sobre la música rock, sobre que he vaciado su refrigerador, sobre el alcohol y las drogas. Tiene los ojos fijos y fríos, tiene la piel seca y estirada, tiene la boca chueca como solía tenerla cuando me golpeaba con esos gritos del infierno por irme de casa, por vagar tanto, por las chicas que llevo a casa, por el alcohol que sale de mi piel y por esos ratos de rock. Mamá sigue teniendo esa misma expresión, pero en el silencio, la muerte no la ha dejado gritarme: ¡eres de lo peor! , la muerte, nos ha traído un revés de madre. La miro como ella ha visto a ese televisor por dos horas y continúo platicando tan bien con ella. ¡Qué buena se ha vuelto mamá!.
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