Así llegó, con su dedo lastimado de tanto hacer armaduras, un guerrero vikingo en el ruta 23. Me preguntó si me subía por la 20, ¿adivino o víbora? De ahí una caminata en la lluvia, y unos ojos tan negros como cabello que cae por las pupilas. Los vikingos sí existen. Me dije con una sonrisa en los dientesy una punzada en el corazón. Quiere ir a Canadá, también, y en Calgary ya hay familia en común, coincidencias y encuentros que no se sabe cómo terminen. Si pides, el cielo te escucha, uno pide con la velocidad del rayo y se entrega con la velocidad del trueno. Un hermoso gusto conocer a un verdadero guerrero que lee las runas.
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