1. ¿Qué buscamos cuando buscamos la vida? Buscar la vida se me hace peor que buscar la muerte, al menos con la muerte hay algo certero, una línea que acaba, pero cuando buscamos algo de la vida, los tres puntos que se desprenden de ella, la incertidumbre que cega, es una de las cosas terribles.
2. Tengo 33 años y estoy a punto de crucificarme. Aunque soy mujer y lo digo con el aunque, porque la igualdad es un mero imaginario, sigo pendiente de lo que me prometieron.
3. Crecer, estudiar, trabajar, casarme y tener hijos. Con las últimas tres no estoy contenta, ni tampoco las he seguido al pie de la letra. Nací mujer y los penes que me prometieron, se encajaron en otras vaginas por ahí. Como diría mi madre: "es que no te arreglas"
4. ¿Arreglarme? Al modo, ¿a cuál modo, al de la cultura televisada? No gracias. El crucifijo aún puede perdonarme los huesos.
5. Busco mi destino, a lo que pertenezco, no sólo el adolescente se siente confundido, sino el adulto que aún tiene un espíritu que no se acomoda al modo contemporáneo de las prisas, inmediatez, materialismo aferrado a la copia de la burguesía estadounidense y la globalización asfixiante. Busco mi destino, no como mujer, porque ser mujer no fue el beneficio, mucho menos el castigo. Busco mi destino, porque a esta solterita, pobrecita, no tiene novio ni familia, no le gusta lo que adoptó como la normalidad, "lo que le sigue" para vivir.
6. Y una no habla de esto, porque cuando se habla, se le calla. Y es ahí la cruxificción, porque escribo y es lo que quiero hacer para vivir.
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