Mi primer relato: El diablo
(borrador)
Isadora Montelongo
Luego de quejarme “un poco”
de la nueva casa, una casa metida en el bosque, donde no podría hacer
ningún amigo, alejada de la wifi y las computadoras, mamá se cansó tanto de mis reproches y quejidos, que me
mandó a explorar los alrededores de la casa, mientras ella bajaba las cajas que
traía en la camioneta.
¾Anda, juega, que
te hace un poco de falta.
La casa estaba metida
en la nada, en un campo muy alejado de un pueblo muy alejado, llena de ruidos
de grillos, aves, y tonalidades diferentes de verdes, que me daban alergia. Mi
madre había estado complicándose con el trabajo y decidió que nos fuéramos a
vivir lejos de la civilización. Papá no opuso resistencia, él ya tenía tiempo
de no hacer nada.
No había nada que
llamara mi atención, nada que pudiera hacer. Si corría, me cansaba; si olía,
estornudaba; si tocaba las ramas, los troncos de los árboles, me raspaba las
manos. Nada encontré hasta que escuché un sonido entre los árboles que daban a
unos metros justo enfrente del porche de la casa, era el sonido de un chiflido
que entonaba una canción que no sabría definir, un sonido ameno que me llamaba.
Caminé a tientas,
escuchando las ramas de los árboles romperse debajo de mis zapatos, el canto de
las aves se paralizó y el chiflido que yo quería capturar, encontrar la imagen
de quien lo producía, me hizo alejarme
más allá de la vista de mis padres.
El bosque me tragó
entre sus luces y sombras, entre las cortinas de ruidos y olores que me
hicieron admirar, por primera vez, la soledad, aquella soledad que yo no
conocía porque siempre estaba conectada a facebook, a twitter, en los mensajes
de mis amigas que me habían dejado de textear. Recordé que ninguna fue a
despedirse por estar conectadas en casa, recordé que ni si quiera salíamos a
jugar o correr, sólo a chatear en nuestros teléfonos, recordé que ni siquiera
nos mirábamos más.
Una mirada, el sentir
una mirada era lo que me hacía falta. Qué extraña era la sensación de sentir que
entre los árboles había alguien que dejó de silbar para concentrarse en verme. La
mirada de color amarillo, con fuego y un olor a aretes oxidados, un chivo, un
macho cabrío, parado sobre una piedra, me calvó los ojos brillantes, me miró con
profundidad, con la que sentí una pesadez, el cuerpo me pesó tanto que me
temblaron las piernas y él con sus cuatro patas sobre la piedra, y sus enormes
cuernos, me chifló.
Yo salí disparada a la
casa, corrí como no había corrido desde que tuve celular, ipad y computadora.
Corrí hasta que encontré a mi mamá y le
dije:
¾ ¡He visto al
demonio!
¾ ¿Tú?, no me
extraña…
Mamá me dejó en
silencio, con el corazón agitado, con las piernas temblando y las manos
calientes, quería textear, postear en facebook lo que me había pasado, pero no
pude, porque nada de eso serviría, porque nada de eso lo creerían mis amigas,
porque nada de eso, me haría sentir como me sentí aquella primera tarde en la
casa nueva en un terreno del bosque, alejada de un pueblo lejano.
Así que escribí, como
me dijo mi padre, lo que fue por primera vez, lo que pasó aquella tarde: El
diablo.
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