Era un chico lindo, con las manos
de una mariposa y el pene metálico como una lata de veneno para insectos. Me
gustaba verlo machacar la pulpa de los jovencitos de la cuadra a la menor
provocación. A todas las jotas les agradaba. Lo invité a casa y le puse un vaso con hielo y
whisky. Se zampó todo lo que le serví. No hubo pretexto para acercarme a él,
cuando me llamó: “Escultor, escúlpeme a mí”. El chico sonrío y se divirtió un
rato conmigo como si fuera como los demás chicos a los que fumigaba. Vimos el
televisor con el rabillo del ojo, mientras lo aplastaba con mi cuerpo como una
cucaracha. Me hizo prometerle que le haría una escultura, mientras lo
atravesaba. Era un chico lindo. Uno de esos que solamente puedes acabar haciéndolos
piedra para que siempre viva dentro de ti. Y así lo hice, después que machaqué
su propia pulpa como él lo hizo con los demás chicos de la cuadra.
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