¿Qué más terrorífico es ver a la persona que te gusta, con la vestimenta de un actor porno, recargado a un lado de una puerta, con su torso desnudo, un pantalón apretado que recogen esos corazones partidos y sus botas de piel que pisarían a cualquiera?
¡Dios!
Es como una sesión electríca en los pezones.
Hay vatos que dejarían orgasmos suspendidos por chingos de minutos, pero hay vatos que no...
Sobre los vatos con facilidades para crear situaciones orgánicas, se me viene uno a la mente:
Ese vato, que llamaremos ni más ni menos como: Vato, sí con mayúscula, tiene algo que echa a perder todo... no me habla.
¿cuánta relajación, diversión y bombas de colores, endulzadas, texturizadas y de plástico nylon, no usaríamos, por el simple hecho de que se dejara de mamar y mamara...?
¿Cuánto?
si tan sólo cobrara el desgraciado, cuánto, para que se dejara...
Ese Vato, tiene un efecto megapoderoso sobre mí. Soy una presa fácil, un zombie a sus órdenes, un conejillo de indias, una vaca en la báscula, una, chale, una que cuando lo ve, es un vato con un ejército de hormonas que no la dejan pensar.
Grrrr.
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