Me encontré a Esteban en la parada del ruta 35. Se sentó hasta la cola del camión justo como yo lo hago. Hablamos y exactamente cuando no tenía un papel para pasarle mi número telefónico, de su pantalón sacó un bolígrafo de punta fina; posiblemente conoce a muchas chicas así. Entre uno que otro rebote le encajé la punta del bolígrafo en la carne de su antebrazo, donde él quería que yo misma anotara el número. La sangre corre condenadamente tan bella por su brazo. Tanto que me olvidé, antes de bajar, anotarle el último número de mi teléfono. Ni modo.
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