Y se piensa, qué bien, está allá, cumpliendo sueños, siendo un gato sin pelo, desnudo y sin dinero. Ayer me llamó Robert, ahora se va para España a dar clases de inglés, ¡cuánto chingados he cambiado! Puedo recibir llamadas, tengo una casa amueblada, tengo comida en el refri, tengo la cabeza pesada de ideas, una tina de baño, seis canales en tv, una guitarra y la soledad tranquila, todo lo que quiero, pero no me gusta esta ciudad. Según el Irish es una ciudad conservadora, una de nariz estirada que no me deja entrar a un antro si no llevo tacones. Gatos sin pelo en tacones, le pregunté en 38 minutos de una conversación en idiomas mochos, y es que qué más da, sigo extrañando Toronto, extraño al coquish; al cadillo; a la hermana del cadillo (Vane); al Edgar, al Kenta, a Mr. Mark, al D. O. y su refrito sarcasmo canadiense; a las maestras Danielle y Clelia, a la gente en el metro, a todos los homeless que me conocieron después del fregazo en el metro; a mi racoon, que tiraba la basura; a la plaga de ardillas…
extraño como dice Robert, los abrazos de los nuevos say hellow. Esta es mi casa, la de mi hermano como mía, mía es la sangre que nos diferencia de los gustos, yo aquí, ahora él en Toronto y sigue queriendo a Calgary… pero ¿qué hay de Monterrey? Eterno refugio de recuerdos. desde la cocina
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